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Los Siete Infantes de Lara

Los Siete Infantes de Lara. Grabados de Otto Venio

Leyendas históricas  Más información

Los Infantes de Lara (HISTORIA Y TRADICIÓN)


UBICACIÓN DEL RELATO  flecha Omeñaca  |  Sierra del Almuerzo  |  Valle del Araviana

 ≈ Por GERARDO ESCUDERO

 

Érase un año, cuya fecha no recuerdo porque se me olvidó o se les olvidó a mis padres; año en el que andaban desperdigados por esta sierra y por la del Almuerzo los siete Infantes de Lara que iban perseguidos y acosados de cerca por los moros, con la intención formal y decidida de matarlos. Metidos en este bosque, perdidos o cansados, sentáronse una mañana en el mismo sitio donde estamos los dos y aprovechándose de esta piedra que parece, como usted ve, una mesa, comenzaron a almorzar, al propio tiempo que se lamentaban de la persecución de que eran objeto, invocando en su auxilio a la Virgen, que en aquel momento se les apareció, invitándoles para que oyesen misa en Omeñaca, por si Dios tenía dispuesta su muerte y a fin de que ascendiesen a su seno puros y limpios de toda mancha ...

»Ignoraban los de Lara dónde estaba Omeñaca y la Virgen les señaló con el dedo aquel pueblecillo que se ve en el valle, hecho lo cual, contaban los abuelos que puso un pie sobre la piedra y desapareció diciéndoles: «Allí os espero ... » en prueba de lo cual quedó su pie impreso en esta piedra, como igualmente los platos y cucharas con que comieron los Infantes ...

»Opinan mis convecinos —continuó el aldeano— que los Infantes debieron asistir a misa porque se abrieron ocho puertas en la iglesia de Omeñaca para que entrase por la central la Virgen y por las restantes los siete de Lara y en prueba de ello se pueden ver aún los arcos aunque ya están tapiados a cal y canto, pero lo que sí nos dijeron nuestros padres es que aquí fueron muertos y que por estos sitios se han encontrado huesos que deben ser los de ellos ... ».

Si grande fue la curiosidad que en mí despertó el narrante, mientras hablaba, aumentó luego de concluir su sencilla y conmovedora narración.

La piedra por sus dimensiones y por su forma especial, con más el detalle de haberse encontrado tiempos atrás algunos huesos me hizo sospechar en la existencia de un dolmen, correspondiente, como toda esa clase de monumentos funerarios, a la época megalítica, en cuyas opiniones hubo de coincidir más tarde el ya difunto e ilustrado soriano Don Francisco Benito con quien departí.

Difícil me hubiera sido formar idea aproximada de la presencia y existencia de este monumento, si allí cerca no existiese otra piedra que por su forma especial induce a creer en él.

El dolmen, usando de la opinión vertida en el Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano, de indiscutible autoridad científica en esta como en otras materias, era un recinto cubierto, formado con grandes lajas a medio desbastar, obra de los pueblos antiguos que servía para señalar la presencia de uno o de varios enterramientos.

El de que me ocupo, presenta los caracteres de un medio dolmen y debió estar formado por la piedra en donde se dice que almorzaron los Laras y por otra que próxima y a medio enterrar existe y que en mi humilde opinión debió servir de punto de apoyo a la primera que Se corresponde con un cilindro, cuya altura es menor que la base, terminado por un tronco de cono, cuyos puntos de truncadura servirían para apoyar en la segunda; toscamente desbastadas; pero en las que fácilmente puede reconstituirse !a figura geométrica.

Ahora bien; ¿por qué casualidad fueron a parar hasta ese punto los Infantes de Lara? ¿ Estuvieron realmente en la sierra de Cortos? ¿Murieron allí?

Es indudable, por cuanto no es ya legendario, sino histórico, que al correr de los años 985 a 986, siete nobles, conocidos por los siete Infantes de Lara, fueron víctimas «cerca de Almenara en los campos de Araviana a las haldas del Moncayo» de la traición de un tal Ruy Velázquez, hermano de su madre Doña Sancha, y si se tiene en cuenta que el lugar señalado por la historia comprende una vastísima extensión de terreno; fácilmente pudo ser teatro de tan horrible tragedia, el de cualquiera de los montes que circundan aquellas extensas planicies, dadas las relaciones y puntos de contacto que existen o se perciben entre los textos históricos y la leyenda, y que los siete Infantes de Lara encontrasen la muerte en lo intrincado de aquel monte, punto el más a propósito para quedar perfectamente cumplida la venganza y alevosía de Ruy Velázquez, con el concurso y auxilio del rey moro de Córdoba.

Reinaba en aquellos tiempos Bermudo, más conocido por El Gotoso, y bajo cuya dominación fueron teatro de sangrientas escenas y tomadas por los moros las ciudades de Osma y Berlanga. Grandes revueltas agitaban a los cristiános y víctimas fueron de esas mismas zambras los susodichos Infantes.

Eran los de Lara hijos legítimos de Doña Sancha de Velázquez y de Don Gonzalo Gustio, noble descendiente de los Condes de Castilla y Señor de Salas de Lara, hoy Salas de los Infantes.

Con ocasión de celebrar Ruy de Velázquez sus esponsales en Burgos con Doña Lambra, prima del Conde Garci Fernández, asistían a las bodas y festejos, éste último y los Infantes con su padre. Suscitóse ligera cuestión entre Gonzalo el menor de los siete y un pariente de Doña Lambra, sin que de la reyerta ocurriese más daño que el originado por la última, mujer de malas entrañas, aviesos sentimientos y peor corazón, que creyéndose agraviada en su honor, mandó a un esclavo que arrojase sobre el Gonzalo un cohombro de sangre, cuya acción se imputaba por la más grave ofensa en aquellos tiempos, de cuyas resultas el esclavo ejecutor de la orden, recibió muerte del menor de los Infantes en brazos de su señora y dueña.

No por esto cedieron los deseos de venganza, a lo que contribuía doña Lambra con sus continuas exhortaciones. A tal fin Ruy Velázquez condujo a sus sobrinos a los campos de Araviana, y a pretexto de verificar una irrupción en tierra de moros, les hizo caer en la celada que había preparado en combinación y de acuerdo con los infieles, y envolviéndolos numerosa falanje hubieron de sucumbir a la superioridad numérica de estos últimos, peleando brava y denodadamente.

Muertos los siete Infantes, fueron cercenadas sus cabezas y enviadas de presente a su padre D. Gonzalo, prisionero del rey moro de Córdoba, por conducto de este monarca.

¿Por qué singular coincidencia va unida en la leyenda, la estancia en la Sierra de Cortos de los Infantes, a la existencia del supuesto monumento megalítico, anterior en muchos cientos de años al suceso histórico que acabo de relatar? Lo ignoro, pues no encuentro más relación que una de tantas como crea o entabla la soñadora imaginación del vulgo harto dado a las consejas y leyendas.

Cierto es que para los rústicos campesinos aquella inmensa piedra no tiene significación ni valor alguno históricos: cierto debe ser que aquellos toscos grabados obra son ejecutada por mano de algún pastor ingenioso, que en algunos ratos de ocio quiso consciente o inconscientemente relacionar ambos asuntos por la fácil asimilación de los hechos fantásticos; pero, no es menos cierto que en la ingenuidad y candidez con que dan curso a la leyenda, existe algo que al propio tiempo que subyuga y encanta, comprueba la relación entre la historia y el cuento; entre la verdad y la tradición; entre la fantasía que crea imagenes del más puro idealismo y la realidad que facilita la pauta para el desentrañamiento de las verdades escuetas.

Para terminar: Si después de leer este modestísimo artículo, quieres lector saber cuál fue el teatro de los sucesos relatados, y cuál es el punto donde se conserva la piedra de que también queda hecha mención, no sintiéndote con bríos para la excursión, vuelve la vista hacia el N.E.; toma por punto de orientación un monte que nombran «El Tiñoso» y un poco hacia la izquierda contemplarás la inmensa Sierra de Cortos, en cuya falda se levanta el pintoresco pueblo de su nombre.

 

Más información

  • Publicada en Recuerdo de Soria, núm. 7, 1900, págs. 13-17.

  •  • Recopilado y anotado por Florentino Zamora Lucas, Correspondiente de la Real Academia de la Historia.
  •  • El nombre de los pueblos concuerda con el que era utilizado en la época del texto.

 


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