La puerta del Postigo
La puerta del Postigo (NARRACIÓN HISTÓRICA)
UBICACIÓN DEL RELATO Soria
≈ Por ANTONIO PÉREZ-RIOJA
I
Corría el tiempo en que ocupaba el trono de Castilla Alfonso XI llamado después el Justiciero y en que traía alborotado el reino el turbulento infante Don Juan Manuel.
Dispuso el rey Castellano, para reprimir sus desmanes, que saliese desde Córdoba para tierra de Soria su Merino Mayor, Garcilaso de la Vega, con el encargo de reunir en ella cuanta gente de armas fuera posible para marchar al encuentro del Infante.
Partió el favorito, cuya privanza disgustaba tan altamente a los Castellanos, acompañado de alguno de sus deudos, infanzones, escuderos del rey y unas compañías de sus guardias, y pronto dio la vista a Soria, donde le aguardaban inesperados sucesos.
Tranquilos vivían los sorianos viendo cómo se acrecentaban su población y su importancia, merced a las concesiones y privilegios que desde su repoblador Alfonso el Batallador habían ido aumentando en favor suyo como premio de su lealtad y buenos servicios a los reyes.
Contaba en tiempo de Alfonso XI la ciudad, según la crónica de su reinado, muchísimos caballeros de grandes haciendas, que sustentaban más de 1.200 hombres de a caballo.
Véase cómo Garcilaso podía prometerse gran auxilio de ellos para robustecer la empresa que le había encomendado el Rey.
Pero había cundido la voz en Soria, siendo lo más peregrino, que la falsedad —si tal había— hubo de partir de los amigos del privado; de que éste venía a tomar posesión de ella y hacer morir a algunos de sus principales caballeros, afectos al rebelde infante.
Previendo, por tales rumores, un conflicto, negáronse entonces los de Soria en dar aposento en la Ciudad al enviado del rey y a las gentes que con él venían.
Cerráronle las, puertas y Garcilaso de la Vega no hubo más remedio que aposentarse con su hijo y los demás nobles en el Monasterio de San Francisco, situado fuera de los muros y alojar sus soldados por la comarca.
II
No tardó mucho en presentarse delante de las puertas de la Ciudad un mensajero del humillado valido, pretendiendo saber por qué se le impedía penetrar en ella.
Conferenciaron los sorianos, y de común acuerdo se decidió pasase a San Francisco un noble de la ciudad, para manifestar al cortesano que, no confiando mucho en sus intenciones, y puesto que según expresaba, el deseo del rey no era otro que el de alistar alguna gente que le ayudase, podía desde luego partirse para la frontera de Aragón a juntar hueste, en la confianza de que Soria no había de faltarle con la suya, ni dejar de proveerle con vituallas y cuanto estimare necesario.
Llevó tal mensaje al ya despechado Garcilaso un Caballero de los de la casa troncal de los doce Linages, cuyos representantes eran tenidos por los demás ilustres, puesto que era su sangre la del famoso Campeador D. Rodrigo de Vivar.
No hubo de pesar mucho en el ánimo del merino del rey la prosapia del mensajero para recibirle con agasajo, puesto que al escuchar la exigencia que traía, parece que llegó hasta insultarle de palabra.
Mucho se agravaron por ello los de Soria; sentidos del insulto, que a lo que parece no hubo de vengar por entonces el linajudo, requirieron de nuevo a Garcilaso para que se alejase de las cercanías de la ciudad, si no quería ser causa de escándalos y alborotos.
Desestimó otra vez éste el aviso, consiguiendo exaltar más los ánimos de los buenos vecinos de la ciudad.
El convento de San Francisco cuyo edificio existe todavía en pie, daba vista entonces a la ciudad, no embarazado como ahora por las frondosas alamedas del Espolón y la plaza de Herradores que datan de tiempos posteriores.
Dispuestos los sorianos a vengar el insulto del altivo adelantado que, dirigiéndoles amenazas, porfiaba para que se le franqueasen las puertas, llegaron a idear una salida en que lo cogieran desprevenido con los nobles que le acompañaban.
Para realizar su objeto y caer de improviso sobre ellos, socabaron el espeso muro de la ciudad por la parte que daba frente al monasterio, y abriendo cuando la noche pudo favorecer sus planes un pequeño postigo que disimularon por la parte exterior con un débil tabique, esperaron el instante en que los atalayas colocados encima de la muralla, diesen el aviso oportuno.
Llegó éste con efecto: Garcilaso con su pequeña corte, de vuelta de una excursión por los alrededores, apeábase a la puerta de su obligado alojamiento. Entonces los de la ciudad, empujando el endeble tapial que los ocultaba, se lanzaron corriendo para caer sobre ellos.
Apercibiéronse los perseguidos y aún tuvieron espacio para encerrarse en el Monasterio; mas pronto el tumulto popular, forzando las puertas, se precipitó dentro de aquella morada consagrada a Dios, y el estruendo de sus voces y sus armas turbó el augusto silencio que de ordinario reinaba bajo sus bóvedas.
Grande fue la confusión que precedió al tumultuoso allanamiento, sangrientas fueron las escenas de que fue teatro el convento entonces, y que habían de dar por resultado la severa justicia que después hizo el soberano de Castilla en la ciudad, de la que data su postración.
No las describiremos en sus horrorosos detalles, bástenos con narrar que el tumulto topó con Garcilaso en la iglesia, donde disfrazado con un hábito de fraile estaba leyendo en un breviario puesto al revés, en lo cual le reconocieron, porque no sabía leer según anota la misma tradición, allí le concluyeron a puñaladas, como habían hecho con su hijo, su deudo Alvar Pérez de Quiñones y otros veintidós caballeros que encontraron. Aún pudieron escapar otros, protegidos por el disfraz que tan poco había servido a Garcilaso. Pero los sorianos, aún no satisfechos en su furor, corrieron tras los improvisados franciscanos hasta el cercano pueblo de Golmayo donde se hallaba el resto de los servidores del rey, y allí hicieron una considerable matanza de ellos.
III
Sobre aquel Postigo, por donde los Sorianos habían salido para procurar una venganza y que también la había facilitado, llegó a edificarse, andando los tiempos, una pesada torre revestida de escudos de la casa de Austria, y defendida por dos fuertes almenas; era la misma que con el nombre de Puerta del Postigo, hemos visto sirviendo de entrada principal a la Ciudad hasta hace pocos años.
- Publicada en El Avisador Numantino (Soria). La muerte de Garcilaso, por S. Arambilet.
- • Recopilado y anotado por Florentino Zamora Lucas, Correspondiente de la Real Academia de la Historia.
- • El nombre de los pueblos concuerda con el que era utilizado en la época del texto.