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La torca de Fuencaliente

La torca de Fuencaliente. Grabado de Goya, Los desastres de la guerra

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La torca de Fuencaliente


UBICACIÓN DEL RELATO  flecha Fuencaliente del Burgo

 ≈ Por MANUEL AYUSO IGLESIAS

 

I

—Cuidado, no vaya usted a rodar por el agujero —me dijo el tío Periquín, ilustre síndico y vecino de Fuencaliente.

—¿Qué agujero es ese? —repliqué yo a su cariñosa advertencia.

—¡Cuál ha de ser! ¡Ridiós! La Torca.

—¿La Torca?

—Sí, señor; ese pozo grande que nadie sabe dónde concluye.

Era la primera noticia que yo tenía de la existencia de tal precipicio en aquellos lugares, y por lo mismo, se avivó tanto mi curiosidad con los datos que acababa de manifestarme el tío Periquín.

—¿Y está cerca de aquí la Torca?

—Sí, señor; ya estamos al caer.

—¿Eh?

—No se asuste usted. Quió icir que pronto podremos ver la boca del foso.

II

En efecto, no habría transcurrido un minuto después del coloquio que acabo de relatar, cuando me encontré delante de una circunferencia de unos doce a dieciséis metros de diámetro, de cuyo fondo brotaban densas nieblas negrísimas, que producían el efecto más tétrico y espantoso que pueda imaginarse.

Por su posición y por su contextura, comprendí que la —Torca de Fuencaliente, no era sino un conducto ya inútil, por donde en otros tiempos anteriores a alguna de las múltiples revoluciones geológicas, respiraban los pulmones incandescentes de la Tierra.

El tío Periquín arrojó un pedrusco, y de repente salieron del tenebroso abismo multitud de murciélagos, grajos, mochuelos y otros avechuchos de este género. Aún se impresionó más mi ánimo, viendo la clase de huéspedes que se albergaban en aquella lóbrega mano sión, y sin articular una sola palabra, seguía contemplando el misterioso orificio; cuya profundidad se perdía gradualmente entre la oscura neblina ...

III

—Donde usted la ve —dijo mi interlocutor— la Torca tiene más mérito del que por ahí creen; hasta tiene su historia.

—¿Y usted la conoce?

—iYa lo creo! Como que me la contó mi difunto padre, que en gloria esté.

Lleno de curiosidad le rogué que me explicara el hecho que había oído relatar a sus mayores, y el tío Periquín, dando a sus palabras un tono de severa solemnidad, habló de esta manera:

«Hace muchos años, cuando la francesada, vino de Aranda un guerrillero, fa traer iana carta a los de Fuencaliente, en la que decía que, a los pocos días, pasaría por aquí un grande ejército de enemigos nuestros, con dirección a la carretera de Madrid. Viajaban por caminos apartaos, para evitar el encuentro con las tropas españolas, y burlarlas y cogerlas entre la «espáa» y la pared como suele «icirse». Terminaba la carta mandando que de «cualisquier» manera, les cortasen el paso.

»Pero la cosa era muy difícil, porque los del pueblo no tenían armas ni trincheras, ni «náa» y ¿qué hacer? ¿Iban a permitir que siguiesen su camino y vencieran a nuestros hermanos? Eso nunca. ¿Iban a ponerse contra ellos que eran tantos, tantos y bien «armaós» y con mucha «tática» o «táutica» o como se diga? Imposible.

»En esto se hallaban pensando, cuado uno del pueblo se comprometió a derrotarlos con maña, y como a nadie se le ocurría medio alguno, y por otra parte llevaba fama de listo, en él confiaron todos y se dispusieron a obedecerle en lo que mandase.

»Lo primero que ordenó, fue cortar unas ramas muy largas pero muy delgadas, que había en los «arbolaos» del monte; con ellos cubrió de parte a parte toda esta boca; encima colocó unas tablas en· deblicas, y todo lo cubrió de tierra de tal modo, que el que no lo hubiese visto hacer, no podía sospechar que aquí existiese un peligro tan atroz.

»Enseguida montó en una mula «mu bien mandada», y se marchó por el camino que según noticia traían los franceses.

»Dicho y hecho; aún no había «andao» una legua, cuando se encontró con los enemigos, mandados por el generaL.. no recuerdo, porque es un nombre muy raro; lo que sí sé es que tenía muchas barbas y muchos galones».

Sonreíme de aquella puerilidad, y él sin fijarse en mí, embebido cada vez más en su papel de historiador, continuó hablando.

«El jefe le mandó detenerse y le preguntó por dónde se podría ir con más brevedad a la carretera de Somosierra.

»El de Fuencaliente se ofreció a guiarle por poco dinero, y el general aceptó el ofrecimiento.

»En esto, llegó el anochecer, y mi paisano le dijo al «franchute» y a los principalicos de la cuadrilla, que le siguieran para que se enterasen de la ruta que tenía que hacer su escuadrón al siguiente día.

»En efecto, el tío aquél con todos sus capitanes, caminó adonde el otro le conducía.

»Ya puede usted suponerse que les llevó encima de lá trampa que aquel mismo día había «fabricao él» y los demás vecinos.

»Cuando ya estaban allí, el de Fuencaliente arreó a su mula, ésta pataleó sobre el tinglao, las tablillas se rompieron y todos, todos y él también, cayeron en la Torca, y no han vuelto a salir «dende» entonces ...

»El ejército que se vio sin jefes y sin mías, no pudo continuar el camino, y tuvo que volver grupas hacia «el» Aragón, sin poder hacer daño a las tropas españolas en cuya busca iban».

—¿Y cómo se llamaba ese héroe? —pregunté yo admirado de su valor.

—El nombre no lo sabemos —repuso el tío Periquín—, pero su recuerdo no se borrará de nuestra memoria ni de la de nuestros hijos, mientras el pueblo sea pueblo.

Calló mi acompañante, y yo, ante la tumba sacrosanta del mártir, rendí en mi corazón el tributo de veneración más ferviente a aquel español heroico, gue con el sacrificio de su vida salvó la de muchos patriotas que vengaron su muerte en los últimos combates de la gloriosa guerra de la Independencia.

 

Más información

  • Publicada en Recuerdo de Soria, núm. 7, 1900, Segunda época, págs. 7-9.

  •  • Recopilado y anotado por Florentino Zamora Lucas, Correspondiente de la Real Academia de la Historia.
  •  • El nombre de los pueblos concuerda con el que era utilizado en la época del texto.

 


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